“Ven aquí.” Oh, qué cosa, ja-ja-ja. Yo ya no quise más
azúcar por un largo tiempo. Ja-ja-ja.
A veces digo algo que hace que la gente se ría;
luego digo algo que causa que la gente llore.
EL CUARTO SELLO 21/MARZO/1963
A lo largo de la vida del joven Billy Branham sucedieron, como en la vida de cada persona, anécdotas que están cargadas algunas ocasiones de relatos tristes, pero también de historias alegres y jocosas, y que como bien lo dice el profeta, algunas de ellas nos hacen reír y otras nos hacen llorar.
Inspirado por la manera que Dios había obrado en su vida desde que él tuvo uso de razón, varias veces les contó a sus audiencias la historia de su vida.
Hay al menos 10 sermones grabados en cinta con este tema.
La historia de su vida causó, y sigue causando un gran impacto entre aquellos que han oído o leído este relato conmovedor.
Un domingo por la tarde, de abril de 1948, en Pensacola, Florida, ante una enorme multitud bajo una carpa, el relato de su vida tuvo un efecto extraordinario en su audiencia.
EL CUARTO SELLO 21/MARZO/1963
A lo largo de la vida del joven Billy Branham sucedieron, como en la vida de cada persona, anécdotas que están cargadas algunas ocasiones de relatos tristes, pero también de historias alegres y jocosas, y que como bien lo dice el profeta, algunas de ellas nos hacen reír y otras nos hacen llorar.
Inspirado por la manera que Dios había obrado en su vida desde que él tuvo uso de razón, varias veces les contó a sus audiencias la historia de su vida.
Hay al menos 10 sermones grabados en cinta con este tema.
La historia de su vida causó, y sigue causando un gran impacto entre aquellos que han oído o leído este relato conmovedor.
Un domingo por la tarde, de abril de 1948, en Pensacola, Florida, ante una enorme multitud bajo una carpa, el relato de su vida tuvo un efecto extraordinario en su audiencia.
Postal de Pensacola, Florida en los años 40’s
Gordon Lindsay hace un registro de esa ocasión:
UN SERVICIO INOLVIDABLE
El servicio culminante y uno para nunca ser olvidado ocurrió el domingo por la tarde. No solamente estaba la carpa llena sino que muchos estaban parados afuera mientras el Hermano Branham comenzó a narrar la historia de su vida. Cuando nuestro hermano relata esta historia él no simplemente la cuenta, sino que la vuelve a revivir. Y no solamente él sino aquellos entre la audiencia se encuentran ellos mismo reviviéndola junto con él. Por el lapso de hora y media se podía decir que la gran asamblea de personas fue transportada, a medida que escuchaban con profundo interés la historia de sus primeros días de pobreza y escasez, su conversión y cómo Dios lidió con él, y de nuevo las tragedias en su vida y finalmente los eventuales triunfos. Pero jamás contó el orador esta historia de una manera más conmovedora que como lo hizo esa tarde. Mientras observábamos a la audiencia, vimos a hombres fuertes usando sus pañuelos a medida que abundantes lágrimas corrían sin vergüenza por sus mejillas. El escritor nunca antes había visto una audiencia más conmovida. Finalmente, cuando el evangelista finalizaba su mensaje, y se hizo un llamamiento al altar para los pecadores, una de las escenas más asombrantes que aconteció. Aparentemente casi todo pecador entre la vasta congregación se puso de pie pidiendo oración para poder ser salvo. Varios cálculos del número que respondió a este singular llamado al altar fueron entre 1,500 y 2,000 personas. Fue la respuesta más grande en un solo servicio que jamás habíamos visto, y dudosamente ha sido igualado pocas veces en la historia del evangelismo. Fue obvio inmediatamente que no había lugar para acomodar tan enorme número de aspirantes y no había nada más que hacer sino hacerlos orar allí mismo donde estaban parados. ¿Podría alguien presente esa tarde jamás olvidar esa escena? La gente lloraba a medida que confesaban sus pecados, e invocaron a Dios para que tuviera misericordia de sus almas. A medida que pasaban los momentos, de lugar en lugar esas lágrimas de arrepentimiento se tornaban en lágrimas de gozo y pronto clamores de victoria se oyeron por la carpa.*
*Tomado de WILLIAM BRANHAM-Un Hombre Enviado de Dios por Gordon Lindsay
En cada aspecto de la vida de William Branham hay, sin duda, no hay solo una historia que escuchar, sino una lección que aprender.
Aquí le presentamos algunas de estas anécdotas, no sólo para disfrutarse, sino para reflexionar sobre ellas:
* * * * *Gordon Lindsay hace un registro de esa ocasión:
UN SERVICIO INOLVIDABLE
El servicio culminante y uno para nunca ser olvidado ocurrió el domingo por la tarde. No solamente estaba la carpa llena sino que muchos estaban parados afuera mientras el Hermano Branham comenzó a narrar la historia de su vida. Cuando nuestro hermano relata esta historia él no simplemente la cuenta, sino que la vuelve a revivir. Y no solamente él sino aquellos entre la audiencia se encuentran ellos mismo reviviéndola junto con él. Por el lapso de hora y media se podía decir que la gran asamblea de personas fue transportada, a medida que escuchaban con profundo interés la historia de sus primeros días de pobreza y escasez, su conversión y cómo Dios lidió con él, y de nuevo las tragedias en su vida y finalmente los eventuales triunfos. Pero jamás contó el orador esta historia de una manera más conmovedora que como lo hizo esa tarde. Mientras observábamos a la audiencia, vimos a hombres fuertes usando sus pañuelos a medida que abundantes lágrimas corrían sin vergüenza por sus mejillas. El escritor nunca antes había visto una audiencia más conmovida. Finalmente, cuando el evangelista finalizaba su mensaje, y se hizo un llamamiento al altar para los pecadores, una de las escenas más asombrantes que aconteció. Aparentemente casi todo pecador entre la vasta congregación se puso de pie pidiendo oración para poder ser salvo. Varios cálculos del número que respondió a este singular llamado al altar fueron entre 1,500 y 2,000 personas. Fue la respuesta más grande en un solo servicio que jamás habíamos visto, y dudosamente ha sido igualado pocas veces en la historia del evangelismo. Fue obvio inmediatamente que no había lugar para acomodar tan enorme número de aspirantes y no había nada más que hacer sino hacerlos orar allí mismo donde estaban parados. ¿Podría alguien presente esa tarde jamás olvidar esa escena? La gente lloraba a medida que confesaban sus pecados, e invocaron a Dios para que tuviera misericordia de sus almas. A medida que pasaban los momentos, de lugar en lugar esas lágrimas de arrepentimiento se tornaban en lágrimas de gozo y pronto clamores de victoria se oyeron por la carpa.*
*Tomado de WILLIAM BRANHAM-Un Hombre Enviado de Dios por Gordon Lindsay
En cada aspecto de la vida de William Branham hay, sin duda, no hay solo una historia que escuchar, sino una lección que aprender.
Aquí le presentamos algunas de estas anécdotas, no sólo para disfrutarse, sino para reflexionar sobre ellas:
LAS TRIQUIÑUELAS DEL PEQUEÑO BILLY
Y ahora recuerdo cuando llegaba la hora de la comida y
todos nosotros nos reuníamos con nuestro papá en la mesa, y él… Maravilloso
vivir en aquellos días. Me gustaría sentarme allí una vez más esta tarde por un
rato. Y, pero a medida que los días siguen pasando y yo…
Acostumbrábamos a ir al pueblo el sábado por la noche. ¿Todos recuerdan cuando antes íbamos a comprar nuestros abarrotes el sábado por la noche? Teníamos una vieja carreta Jersey, y papá ponía algo de paja allí y todos nosotros niños nos íbamos allí atrás, y él y mi mamá se sentaban adelante. Conducíamos con una mulita vieja; íbamos a aproximadamente siete millas [11.26 Km.] hasta la ciudad. Y mi papá ganaba, creo que eran setenta y cinco centavos al día, y él compraba todos los abarrotes y cosas por el estilo para que nos duraran toda la semana. Y cuando le pagaba la cuenta de los abarrotes, el Sr. Grower, el abarrotero, pues, él nos daba una bolsita de dulces, y, bastones de caramelo macizo, de menta. Y oh, era bueno. Y así que…
Lo de eso era, había como ocho pequeños Branham de ellos, y tal vez él nos daba seis bastones de ello, Uds. saben. Así que habían como ocho pares de ojitos irlandeses observando que se quebrara ese caramelo equitativamente entre cada uno. Nos sentábamos allí afuera, Uds. saben, sería tiempo de invierno. Nos cubríamos en edredones; recibíamos ese caramelo, y todos los niños irían a comerse su caramelo. Y yo como que les jugaba un pequeño truco; ahora Uds. niños no prueben este, porque no podría funcionar. Así que, yo tomaba mi caramelo y hacía como que me lo estaba comiendo, y luego arrancaba un trozo de papel de bolsa de la-algo, Uds. saben, y lo envolvía, lo ponía en mi bolsillo. Yo esperaba hasta el lunes. Y mi mamá me decía: “William.”
Yo decía: “Sí, mamá.”
Decía: “Ve al manantial y trae un balde de agua.”
Baldes grandes de cedro y una jícara, Uds. saben, y yo tendría que bajar al manantial; esa cosa estaba pesada. Y yo decía: “Edward,” yo le decía ‘Humpy’ [Jorobadito], era su apodo, el hermano que me seguía. Yo le decía: “Te diré lo que haré; dejaré que lamas en este bastón de caramelo hasta que yo cuente hasta diez si vas a traer por mí ese balde de agua.” Ja-ja-ja. Yo tenía qué hacer muy pocas tareas el lunes, mientras durara ese caramelo. Yo era un hombre de negocio. Ja-ja-ja. Lamer en ese caramelo, y yo, oh, yo contaba, decía: “Uno, dos, tres…”
“Ahora, estás contando demasiado rápido.”
Comenzaba una vez más, y él obtenía un par de lengüetadas más, Uds. saben, y así que, él guardaba aquel caramelo allí, lo envolvía de nuevo hasta que yo tenía algo más que hacer. Tenía una vida fácil entonces el lunes; yo era un hombre de ocio. Qué cosa, regresar a esos días una vez más. Ese era un buen caramelo. Uds. saben, tal vez mañana yo podría comprar una caja de Hershey’s [marca de chocolates], pero no sabría así como sabía aquella, Uds. saben, eso era realmente bueno.
¿Alguna vez lo han comido con galletas saladas, aquellas antiguas galletas saladas, grandes, alguna vez han comido eso y caramelo de menta? ¿Alguna vez han comido azúcar sin refinar con eso? Les digo, la segunda cosa que alguna vez he robado en mi vida, y la única cosa de la que sé, fue un puñado de azúcar sin refinar de mi papá. Ellos tenían algo de azúcar sin refinar en una caja, y hacían melaza para el desayuno. ¿Alguna vez han comido melaza de azúcar sin refinar? Oh, qué cosa. Así que, me voy a casa con alguien a comer después de un rato.
Entré, mi hermano me dijo, dijo: “Si vas y traes el azúcar, yo traeré las galletas saladas.”
Le dije: “De acuerdo.”
Mi mamá y mi papá estaban cavando con el azadón en el huerto. Y yo entré y cogí un gran puñado, lo suficiente para nosotros dos. Yo estaba saliendo con eso; uno ni siquiera puede mirar de frente cuando uno dice una mentira, Uds. saben. Así que yo estaba andando así, por el huerto, la única vía que yo tenía para salir. Y mi papá se dio la media vuelta, dijo: “¿A dónde vas, William?”
Dije: “¿Señor?”
Él dijo: “¿A dónde vas?”
Le dije: “Voy-voy al establo.”
Y ah, él dijo: “¿Qué tienes en la mano?”
Y pensé: “Oh, oh.” Cambié; le dije: “¿Cuál mano?” Uds. saben. Ja-ja-ja-ja-ja.
“Ven aquí.” Oh, qué cosa, ja-ja-ja. Yo ya no quise más azúcar por un largo tiempo. Ja-ja-ja. Aunque claro que sabía bien. Todavía estoy hablando sobre el azúcar. Ja-ja-ja. Cuando mi padre nos daba una paliza, él tenía una correa de navaja hecha de un pedazo de cuero de cinturón. Oh, qué cosa. Yo tenía… Él la tenía arriba sobre la puerta, la regla de oro, y tenía todos los Diez Mandamientos en ella; era de nogal. Una rama como así de larga, Uds. saben, con esas diez ramas allí en ella. Nosotros recibimos nuestra educación allá en la leñera, tan sólo corriendo alrededor de papá tan rápido como podíamos ir, de esa manera. [Espacio en blanco en la cinta-Ed.] Más papás como ese estaría mucho mejor. Amén. Así es. En vez de complacer a su hijo y darle cincuenta centavos para que vaya al cine el domingo por la tarde. Eso es.
LA HISTORIA DE MI VIDA 22/JULIO/1951 P. M.
Acostumbrábamos a ir al pueblo el sábado por la noche. ¿Todos recuerdan cuando antes íbamos a comprar nuestros abarrotes el sábado por la noche? Teníamos una vieja carreta Jersey, y papá ponía algo de paja allí y todos nosotros niños nos íbamos allí atrás, y él y mi mamá se sentaban adelante. Conducíamos con una mulita vieja; íbamos a aproximadamente siete millas [11.26 Km.] hasta la ciudad. Y mi papá ganaba, creo que eran setenta y cinco centavos al día, y él compraba todos los abarrotes y cosas por el estilo para que nos duraran toda la semana. Y cuando le pagaba la cuenta de los abarrotes, el Sr. Grower, el abarrotero, pues, él nos daba una bolsita de dulces, y, bastones de caramelo macizo, de menta. Y oh, era bueno. Y así que…
Lo de eso era, había como ocho pequeños Branham de ellos, y tal vez él nos daba seis bastones de ello, Uds. saben. Así que habían como ocho pares de ojitos irlandeses observando que se quebrara ese caramelo equitativamente entre cada uno. Nos sentábamos allí afuera, Uds. saben, sería tiempo de invierno. Nos cubríamos en edredones; recibíamos ese caramelo, y todos los niños irían a comerse su caramelo. Y yo como que les jugaba un pequeño truco; ahora Uds. niños no prueben este, porque no podría funcionar. Así que, yo tomaba mi caramelo y hacía como que me lo estaba comiendo, y luego arrancaba un trozo de papel de bolsa de la-algo, Uds. saben, y lo envolvía, lo ponía en mi bolsillo. Yo esperaba hasta el lunes. Y mi mamá me decía: “William.”
Yo decía: “Sí, mamá.”
Decía: “Ve al manantial y trae un balde de agua.”
Baldes grandes de cedro y una jícara, Uds. saben, y yo tendría que bajar al manantial; esa cosa estaba pesada. Y yo decía: “Edward,” yo le decía ‘Humpy’ [Jorobadito], era su apodo, el hermano que me seguía. Yo le decía: “Te diré lo que haré; dejaré que lamas en este bastón de caramelo hasta que yo cuente hasta diez si vas a traer por mí ese balde de agua.” Ja-ja-ja. Yo tenía qué hacer muy pocas tareas el lunes, mientras durara ese caramelo. Yo era un hombre de negocio. Ja-ja-ja. Lamer en ese caramelo, y yo, oh, yo contaba, decía: “Uno, dos, tres…”
“Ahora, estás contando demasiado rápido.”
Comenzaba una vez más, y él obtenía un par de lengüetadas más, Uds. saben, y así que, él guardaba aquel caramelo allí, lo envolvía de nuevo hasta que yo tenía algo más que hacer. Tenía una vida fácil entonces el lunes; yo era un hombre de ocio. Qué cosa, regresar a esos días una vez más. Ese era un buen caramelo. Uds. saben, tal vez mañana yo podría comprar una caja de Hershey’s [marca de chocolates], pero no sabría así como sabía aquella, Uds. saben, eso era realmente bueno.
¿Alguna vez lo han comido con galletas saladas, aquellas antiguas galletas saladas, grandes, alguna vez han comido eso y caramelo de menta? ¿Alguna vez han comido azúcar sin refinar con eso? Les digo, la segunda cosa que alguna vez he robado en mi vida, y la única cosa de la que sé, fue un puñado de azúcar sin refinar de mi papá. Ellos tenían algo de azúcar sin refinar en una caja, y hacían melaza para el desayuno. ¿Alguna vez han comido melaza de azúcar sin refinar? Oh, qué cosa. Así que, me voy a casa con alguien a comer después de un rato.
Entré, mi hermano me dijo, dijo: “Si vas y traes el azúcar, yo traeré las galletas saladas.”
Le dije: “De acuerdo.”
Mi mamá y mi papá estaban cavando con el azadón en el huerto. Y yo entré y cogí un gran puñado, lo suficiente para nosotros dos. Yo estaba saliendo con eso; uno ni siquiera puede mirar de frente cuando uno dice una mentira, Uds. saben. Así que yo estaba andando así, por el huerto, la única vía que yo tenía para salir. Y mi papá se dio la media vuelta, dijo: “¿A dónde vas, William?”
Dije: “¿Señor?”
Él dijo: “¿A dónde vas?”
Le dije: “Voy-voy al establo.”
Y ah, él dijo: “¿Qué tienes en la mano?”
Y pensé: “Oh, oh.” Cambié; le dije: “¿Cuál mano?” Uds. saben. Ja-ja-ja-ja-ja.
“Ven aquí.” Oh, qué cosa, ja-ja-ja. Yo ya no quise más azúcar por un largo tiempo. Ja-ja-ja. Aunque claro que sabía bien. Todavía estoy hablando sobre el azúcar. Ja-ja-ja. Cuando mi padre nos daba una paliza, él tenía una correa de navaja hecha de un pedazo de cuero de cinturón. Oh, qué cosa. Yo tenía… Él la tenía arriba sobre la puerta, la regla de oro, y tenía todos los Diez Mandamientos en ella; era de nogal. Una rama como así de larga, Uds. saben, con esas diez ramas allí en ella. Nosotros recibimos nuestra educación allá en la leñera, tan sólo corriendo alrededor de papá tan rápido como podíamos ir, de esa manera. [Espacio en blanco en la cinta-Ed.] Más papás como ese estaría mucho mejor. Amén. Así es. En vez de complacer a su hijo y darle cincuenta centavos para que vaya al cine el domingo por la tarde. Eso es.
LA HISTORIA DE MI VIDA 22/JULIO/1951 P. M.
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